¿Equipo o Liderazgo?

Los recientes cambios sucedidos en el gabinete nacional nos despiertan interrogantes ligados al tema de inicio.
 

Cuanto más calificado es un equipo, más elevados son los egos de sus miembros, eso lo debe saber quien lo lidera y saber, al tiempo, si está o no a su altura, de lo contrario se producen comportamientos anómalos que deben ser resueltos de inmediato.
 

Es común otorgarle al término equipo una serie de atributos, algunos casi mágicos, que nunca tuvo ni tendrá.

Cuando hablamos de equipo en realidad empleamos un constructo o herramienta de análisis que solo y tan solo se aplica como corresponde para fines precisos y en donde se estudian de manera horizontal procesos de trabajo que requieren de un mínimo consenso; pero el equipo no decide, solo propone y en algunos casos acerca soluciones.
 

El equipo no reemplaza al liderazgo, sino por el contrario lo potencia, positiva o negativamente, según cómo el líder se relacione con él, si complementa las diferencias o acentúa las discrepancias.
 

La fuerza y el valor que tiene un equipo están dados por su heterogeneidad, en pensamientos, sentimientos, capacidades, competencias, egos, etcétera; mientras que la fuerza del líder debe estar en su mirada estratégica, en la capacidad de compatibilizar y aprovechar positivamente la heterogeneidad.
 

Un líder que pretende poner la responsabilidad final en un híbrido como es el equipo está evadiendo su rol; ya que, en lugar de consensuar una lucha de egos, forma parte de ella y allí es cuando pierde el rumbo y se ve obligado a tomar decisiones extremas.
 

Tengamos claro que los equipos no fracasan, los que fracasan son los líderes que lo conducen o no lo saben conducir.
 

Es hora de que aprendamos esta lección que también vemos en otros ámbitos de la sociedad.